Corría el 2009 y ya había regresado a México después de terminar la Universidad en Francia. Llevaba varios meses disfrutando de las mieles del desempleo desde mi paraíso capitalino 🏝.
Partidos de fútbol entre amigos, mañanas sin despertador y albercazos nocturnos … nada mal para estar desempleado ¿verdad?
El colmo del cinismo hubiera sido aprovechar mi nacionalidad francesa para inscribirme a la lista del desempleo y recibir una indemnización mensual por parte del gobierno francés (lo pensé pero tenía que presentarme en una oficina en Francia todos los meses 😜).
No les voy a mentir, disfruté mucho de esos días. Fueron días de desconexión total de mis responsabilidades que veía cada vez más cercanas. Mi cerebro estaba empezando a desarrollar ese músculo para disfrutar del aquí y el ahora a pesar de que el futuro cercano, implicaba inevitablemente empezar a trabajar para reeembolsar ese crédito universitario que tanto me acechaba. 🤯
En el mundo del desempleo, existe una sola realidad: buscar trabajo es horrible.
Recuerdo tener que dedicarle horas todos los días en la mañana y en la tarde a enviar mi CV postulando a vacantes que encontraba en bolsas de trabajo en Internet. El simple hecho de darle click al botón «enviar» detonaba en mi una explosión 💥 de pensamientos y emociones difíciles de controlar. Mi imaginación volaba en ese preciso momento y proyectaba cómo sería mi vida si me aceptaban en ese trabajo al que acababa de postular.
Y ahí, empezaban de inmediato las preocupaciones: ¿Cómo me voy a desplazar por la ciudad? ¿Qué metro queda cerca? ¿Tendré que vestirme de saco y corbata todos los días? ¿Cuánto me van a pagar? ¿En realidad quiero trabajar ahí?
Una de mis principales preocupaciones al vivir al Sur de la Ciudad de México, era la distancia.
Mis padres habían comprado una casa 🏡 veinticinco años atrás, en un lugar en donde alrededor sólo existían llanuras y terrenos valdíos. Con el tiempo, la ciudad fue creciendo y la ola de concreto terminó por absorber lo que algún día, era solo campo.
Desplazarme a cualquier punto céntrico de la ciudad implicaba de una a dos horas mínimo, esperando que no hubiera mucho tráfico ese día (ahora imagínense en transporte público 😵💫).
Muy en el fondo, mi subconsciente era muy feliz cuando no me contestaban mis solicitudes porque todo permanecía igual. Podía seguir disfrutando de mi rutina del desempleo: ya terminé de enviar mis correos, ya comí, he cumplido con mis tareas del día ¡hora de salir a jugar fútbol y disfrutar de la vida!

Hoy miro hacia atrás, y me alegro de haber podido disfrutar de esos días de esa manera.
Hasta que un día, en noviembre de ese año, me contestaron uno de esos correos anónimos que mandaba todos los días desde mi laptop que todavía tenía stickers random y el escudo de River Plate.
Era una invitación a tomar un curso de 4 días en una imprenta en respuesta a una vacante publicada por la cámara de comercio franco-mexicana. Tenía que hacer mi esfuerzo así que decidí ir y tomar ese curso de 4 días en donde al final, habría una posibilidad de contratación para uno de los candidatos.
Éramos quizás 3 o 4 personas aprendiendo todos los días desde las cinco de la tarde sobre suajes, impresión offset, tipos de papel y muchas otras cosas que hacen parte de las artes gráficas, hasta las siete-ocho de la noche.
Durante mis 3 últimos años de Universidad, había empezado a encontrar cierto placer en el diseño gráfico y la edición de video. Como buen autodidacta, empecé a dedicarle horas a Photoshop y a Adobe Premiere Pro en mis ratos libres. En mi penúltimo año de carrera, formé parte de una asociación audiovisual que se encargaba de grabar todos los eventos deportivos y sociales de la Universidad: Primeline TV.
¡Esa fue mi primera revelación! 💫
Después de 4 años estudiando negocios en Francia, había encontrado mi pasión por accidente en una actividad 100% recreativa y que no tenía nada que ver con mi carrera 😅.
Terminó el curso en la imprenta impartido por Javier Van Cauwelaert, quien se había convertido en nuestro instructor de artes gráficas durante estos 4 días. Él mismo me avisó que había sido yo el elegido para el puesto de “coordinador digital”.
Por un lado, sentí alivio porque había por fin encontrado lo que había estado buscando durante los últimos meses aunque por otro lado, sabía que esto implicaba el fin de mis soleados días de desempleo.
Fueron 9 meses de descubrir y adentrarme en las artes gráficas, que a pesar de que son un universo bellísimo, distaban mucho del mundo digital que tanto me había apasionado unos años atrás. Mi tarea en Fogra, iba a ser desarrollar el área de la impresión digital trayendo nuevos clientes para la imprenta.
En resumen, ventas 🤑.
Fueron muchas horas en las que estuve sentado en una oficina buscando entre mis contactos, prospectando en frío, yendo a eventos de intercambio de tarjetas de presentación y pasando llamadas a desconocidos para tratar de conseguir algún cliente con la necesidad de imprimir algún folleto, libro, brochure, tríptico o cualquier tipo de material punto de venta.
Sin importar el ángulo por donde se vea, este trabajo no fue una buena ecuación para nadie 😣.
Resulté ser un pésimo vendedor de artes gráficas y no encontraba ningún placer en prospectar clientes en frío (outbound). Años más tarde, gracias al Marketing Digital, encontré la forma de revertir este proceso y conseguir que los clientes sean los que lleguen a ti (inbound). Pero tuve que pasar por mucha prospección en frío, inclusive en otros trabajos para poder llegar a este punto en el que me encuentro hoy.
Lo mejor de esa época, fue que Javier (quien ya se había convertido en un gran amigo) me había invitado a su equipo de fútbol los sábados en el Ajusco ⛰. Guardo grandes recuerdos de nuestro equipo Chinchón (realmente la palabra hace referencia a una bebida alcohólica producida y embotellada en la localidad de Chinchón, España – pero ese era el nombre de nuestro equipo 😝) y la temporada en que salimos campeones invictos 🏆 #chinchóncampeón.
Quizás mi catarsis más grande a esa incomodidad, sucedió en el periférico de la Ciudad de México. Atorado de noche durante horas en el tráfico de regreso a casa (como era mi rutina diaria desde que había empezado a trabajar en Fogra), empecé a platicar conmigo mismo en voz alta, debatiendo si realmente era esto lo que quería para mi vida. Si este tráfico, esta ciudad, este trabajo…. ¿Quería esto para mi vida? ¿Tenía acaso otra opción?
La respuesta era lógica. Algo tenía que cambiar.
Durante mis tardes en la imprenta, no podía dejar de ver por una ventanita que se encontraba a unos cuantos metros de mi. Era un cuadradito de quizás veinte centímetros de largo por veinte de alto en donde se filtraban algunos rayos de sol por entre las aspas de un viejo ventilador. Ocasionalmente, entraban ráfagas de viento más fuertes que hacían que el ventilador no dejara de girar por varios segundos, deteniendo el tiempo en cada giro. Yo miraba todo ese espectáculo desde mi asiento y por dentro me repetía “tiene que haber algo más allá afuera”.
Ésa, era mi ventana de la libertad 🖼.